jueves, 28 de mayo de 2009

El derecho a cambiar de opinión


Todo ser humano nace sin conocer ninguna regla moral, social y mucho menos política de las que rigen el mundo entero. Eso es tan cierto como el tener el derecho a equivocarse una, cien y hasta miles de veces en la vida con diferentes motivos y por diferentes causas. De hecho, muchísimas veces recapitulamos sin estar seguros si esa nueva postura que tomamos, esa nueva decisión que asumimos o esas nuevas palabras que decimos, son las que realmente puedan ser las correctas; puesto que a nosotros mismos nos cuesta, llegado ese momento, estar seguros de que sea la decisión acertada.



Nadie tiene la verdad absoluta y esa es una gran verdad. Solo repetimos lo políticamente correcto, lo diplomáticamente aceptado, lo moralmente bien admitido según la sociedad o grupo específico dentro de los que nos encontremos. No solemos ser kamikasis por el solo hecho de serlo, al contrario, intentamos cuidarnos moral y socialmente aún más que en lo que a nuestro mismo cuerpo se refiere.



¡La defensa está permitida! Cualquiera que escuche esta frase la relacionará con el derecho que debería tener cualquier acusado de poder demostrar su inocencia ante un juzgado. Sin embargo, en Cuba, esta frase se suele utilizar para justificar actos conocidos popularmente como supervivencia; entiéndase mejorar la cuota alimenticia, conseguir alguna divisa extranjera, un viaje al exterior, etc., etc., etc. Hasta aquí todo bien, normal, o como guste entenderse.



La cuestión que hoy me lleva a escribir, es sobre las veces que decidimos enmendar nuestros “errores”. Pasaría por una cuestión tan normal como humana, tal y como comenté anteriormente, si no fuera por que en el medio de nuestros “errores” nos supiésemos cómplices directos o indirectos de hundir en el purgatorio la vida de otra u otras personas. Si de Cuba se trata, esta práctica estaría por romper los record en tiempo seguido de su uso y práctica.



Cualquier cubano de cualquiera de las tantas orillas en las que nos podemos encontrar, conocerá de más de veinticinco casos como mínimo de manera directa y personal. En todas etapas existieron los dobles discursos, y por más que siempre sea un acto repudiado hacia la persona que lo practique, se logra justificar este solo con el derecho de esa persona a la supervivencia.



Lo que no he podido jamás aceptar, es reconocer a pasados inquisidores y portavoces públicos del régimen cubano, cruzando el charco y recitando las trilladas ofensas al gobierno de la isla. Se reconocen haber sido víctimas de presiones durante años para ser delatores, voceros oficialistas, insultantes defenestradores de opositores al gobierno, justos enjuiciadores, procuradores de la buena moral de los ciudadanos revolucionarios, salvaguardas de las ideas indestructibles de la revolución a costa de quien o quienes se atreviesen a difamarlas, incansables vigilantes con miradas fijas y agudas contra el enemigo vecino del norte, olfateadores de disidentes, de desviados ideológicos, de subnormales homosexuales.



Hasta donde puedo yo reconocer existe un límite entre el derecho a la supervivencia y el derecho a destruir la vida de otras personas. Considero, en el caso cubano en particular, usar la palabra sobrevivir para quienes levanten junto a la masa, desde el oficialismo convocada, las banderas de la revolución; para quienes griten desde el interior de una manifestación oficialista y obligatoria consignas prosocialistas; a quienes participen en cuanta campaña gubernamental sea moralmente obligatoria participar. De eso participamos en menor o mayor medida casi todos, con o sin convencimiento alguno. Muy pocos se han atrevido a rechazar las órdenes del Emperador y su séquito sediento de ateos a la monarquía. Los valoro cada día más, a quienes lo hicieron y hoy viven en el exterior y a quienes lo hacen y viven aún dentro de Cuba. La moral, por más en desuso que pueda encontrarse hoy día esta palabra, estará siempre con ellos, equivocados o no, triunfadores o hundidos.



Todos sabemos de manera perfecta quienes hemos sido cada uno de nosotros, que papel hemos jugado en esta larga historia y reconocemos también a quienes hoy, desde otras orillas, abogan por los cambios dentro de Cuba, incitando a realizarlos a los mismos que ellos otrora supieron estigmatizar.



No recuerdo haber escuchado que a quienes defendieran abiertamente un régimen despótico, cualquiera fuese este, y una vez concluido el mismo, se les perdonara sus crímenes, sus delaciones, sus públicos discursos de respaldo. De quienes hablo y conozco, son personas sin una verdadera opinión a cambiar, pues cambian esta según la posibilidad que les permita vivir mejor, en cualquier latitud o sistema, hundiendo hoy personas desde del socialismo, mañana lo harán desde el capitalismo. Si existiese un tercer sistema político en funcionamiento, no dudo en lo absoluto que serían tan capaces de readaptarse tal y como lo han logrado realizar sin aparentes escollos dentro de los dos existentes, sin un solo ápice de aparente vergüenza para con ellos mismos, menos hacia los demás, cambiando de opinión como de discurso frente a sus mismos condenados de ayer y hoy en su mismo exilio. El oportunismo desfachatado a rostro descubierto, la inmoralidad que solo persigue la comodidad material y el resguardo del poder del lugar a donde han llegado.



Aplaudo a los que sí tuvieron el valor de reconocerse a sí mismos que quizás todo fue un error, que dejaron años, décadas de sus vidas y expusieron las de sus seres queridos en pos de un proyecto truncado no por ellos. Pero han sido capaces de reconocerlo en silencio, para sí mismos, que es donde más duele, sin la necesidad de realizar un humillante y orquestado mea culpa que les permitiría hoy vivir con unos cuantos dólares de más en el exilio. Han preferido el ostracismo fuera de Cuba como tantos otros que sí han sufrido en carne propia las vejaciones del régimen y que sobreviven en cualquier parte del mundo sin el descaro de desdoblarse en acciones y palabras, o formar parte de otra política diferente en la cual tampoco encuentran una real representación.



Quizás por eso, y antes que el régimen provoque un milagroso giro, que a su vez evite el milagro del que aún disfrutan una vez autoexiliados, es que podemos observar como cada día son más los que, sin merecimiento alguno, también tiene otorgado el derecho a cambiar de opinión.

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