martes, 2 de junio de 2009

Cuba: crónica de una telenovela con final inesperado


Recuerdo cuando era muy niño, no mayor de cinco años de edad, escuchar solo atrocidades sociales de los países que no promulgaban la idea socialista como nosotros. Lo mismo, por supuesta obviedad, de la Cuba pre revolucionaria.



En ese diferente mundo que nos contaban, solo podían existir dos tipos de clases sociales, los muy ricos y los muy pobres. Los primeros explotaban, humillaban y masacraban a los segundos sin intermediación de otros, puesto que eran solo ellos dos.



Llegué a pensar que mis padres habían aprendido a leer y escribir gracias a la campaña de alfabetización de la revolución. Paradoja de esto, ¿cómo podrían ellos aprender a leer y a escribir si tendrían que ser los ricos los que les enseñarían en una sociedad en la cual solo ellos lo hacían?



Mis padres andarían en harapos, casi semidesnudos, hasta que la revolución les brindó la oportunidad de vestirse decentemente como seres humanos. Otra paradoja, ¿serían los ricos los que les brindarían las ropas en esta ocasión?



Mi padre cortaría caña en los ingenios de los ricos, semidesnudo y analfabeto hasta morir por falta de médicos para los pobres, hasta que la revolución le brindó la posibilidad de tener un médico. Una tercera paradoja, ¿sería el médico de los ricos el que se decidió atender a mi padre?



Mi madre, bueno, sería prostituta, otra no quedaría para las mujeres que no eran ricas, o sea pobres, lo cual las convertiría en las servidoras sexuales de los ricos. Hasta que la revolución llegó e hizo que conociera al cortador de caña ya curado, alfabetizado y vestido en que se había convertido mi padre.



La gran paradoja del final es que la historia contada hasta el hartazgo a un niño de no más de cinco años de edad, provoca en este la idea de que el mundo podía ser, si los malos eran derrotados por los buenos, como el gran culebrón de telenovelas mexicanas en que podía ver reflejada la historia de mi Cuba de aquellos años. Una telenovela donde por primera vez, la chica pobre, desnuda, analfabeta, tísica y prostituta no se casa con el galán rico, sino con un similar a ella que la magia de la revolución había logrado cambiar tanto como a ella misma.



Pero como de una telenovela socialista se trata, esta no podría ser igual a cualquiera de las telenovelas anteriores ya exhibidas. No, Cuba seguiría la línea de la nueva corriente de telenovelas de nuevos directores europeos del este con gran arraigo en la escuela de la telenovela rusa. Por consiguiente, Cuba mezclaría entonces características de la telenovela tradicional con las del cuento popular. Esta nueva corriente, esperaban sus productores, causaría estragos entre la tele audiencia tanto cubana como internacional.



La protagonista de la historia, está más que claro, sería la revolución. Los otros personajes, los habitantes del pueblo de la telenovela, pongámosle de nombre…..Cuba, serían solo extras que le sonreirían a la revolución tal si fuese una publicidad televisiva en la cual entupidamente una familia sonríe ante el producto promocionado. La revolución es el esquematismo de las acciones dentro de esa telenovela, fiel reflejo de la polarización de un cuento popular donde solo existen los buenos y los malos, los pobres y los ricos. Como no existe en la explicación recibida por un niño pequeño, ni siquiera tomándose en cuenta que todo niño debe seguir creciendo por obra y milagro de la naturaleza…y de la revolución, un ápice de brindar un tópico más humano a los personajes de la historia; donde es imposible siquiera poder inquietar al pensamiento acerca de la psicología que deberían tener por naturaleza los malos, y en este caso no por la revolución.



En esta historia todo se vuelve una situación mágica y maravillosa una vez triunfada la revolución. A partir de ese momento los problemas existentes, y por consiguiente existenciales, de las personas buenas; los pobres, serían borrados sin importar cuan real pudiese ser esto o cuan coherente sería de poder creer. Su unidad de construcción estaría basada en una cuidadosa y estudiada selección de cada palabra a emplear, cada frase estaría dotada de la mayor fuerza expresiva posible, capaz de iluminar todo un universo desconocido; vale destacar en lo atrapante de su trama que hasta la fecha los televidentes siguen a la espera de su aparición. Todos los componentes de la telenovela, sus diálogos, hechos narrados, acciones a exaltar, deberán confluir en un hecho único, un verdadero personaje: la revolución.



Pero según iba avanzando la telenovela, algunos de sus productores decidieron enriquecerla aún más a esta e incorporaron pasajes del género literario conocido como leyenda. Fue entonces que la revolución transitó otro proceso para volverse cada vez más épica, combinando los hechos históricos con los ficticios, logrando por consiguiente un maravilloso fenómeno de admiración popular.



Los años fueron pasando y la telenovela se mantenía en cartelera mundial gracias, por sobre todas las cosas, a la gran ayuda del patrocinio de los empresas de los países del este europeo. Sus productores cubanos saltaban de alegría, cantaban vítores a la gran idea de haber realizado aquella telenovela que se atrevió a romper con el esquematismo de las anteriores. Era para ellos la telenovela inacabable, la telenovela que nunca dejaría de mantener una tele audiencia fiel y defensora a ultranza de sus personajes. ¿La estrategia utilizada por los productores para mantener tal grado de lealtad? Hacerles creer a sus seguidores que ellos también formaban parte de la misma telenovela. Los habían logrado involucrar tanto en aquel proyecto, que para muchos historiadores la telenovela de la revolución cubana pasó a convertirse en el primer reallity show jamás conocido en el mundo.



Vale destacar que esta afirmación no fue ni es aún compartida por ninguno de los bandos responsables de este proyecto, los productores iniciadores del mismo y los más jóvenes que fueron ocupando también tales cargos. Ambos bandos seguían compartiendo la idea que la revolución era “¡una auténtica telenovela!”, lo que los hacía convertirse en un solo bando.



Aquel aún incipiente Big Brother caribeño, se vio sorprendido en un lapso no mayor a dos años, por la pérdida de la confiabilidad que sus patrocinadores del este europeo sintieron ante la renuencia de los productores cubanos a desarrollar algunos cambios en la serie televisiva mundial.



Los caribeños estaban convencidos que la serie seguiría atrapando a la tele audiencia local y que ya poseían suficiente madurez y experiencia como para realizar ellos mismos los cambios que creyesen conveniente poder hacer. Es cierto, se vieron en la disyuntiva de tener que incorporar una nueva modalidad a la serie: la fábula.



Fue así que surgieron en el guión nuevos seres irracionales a los que repudiar y la moraleja final se convirtió en una breve frase que exhortaba a condenarlos a estos en cada capítulo diario. Sin embargo, Cuba, la gran telenovela que había sabido ser pionera en su rubro, que había conseguido atrapar seguidores de diversas nacionalidades y estratos sociales e intelectuales, hacía décadas que se había convertido en un fiel reflejo de un mero artículo costumbrista narrado en formato de crónica diaria.

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